Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100396
Legislatura: 1894-1895
Sesión: 15 de Enero de 1895
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 37, 755-758
Tema: Discurso sobre programa del Gobierno

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Marqués de Ayerbe): La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo creía, Sres. Senadores, que después de las explicaciones dadas cuando ocurrieron las crisis a que se ha referido el Sr. Fabié, y sobre todo después de las circunstancias que en las mismas concurrieron, bastaba de explicaciones y que no tenían el Sr. Fabié ni los Sres. Senadores necesidad de más datos ni más noticias respecto de esa crisis. Pero el Sr. Fabié ha echado de menos algunos detalles y ha encontrado algunas contradicciones en lo que se ha dicho respecto de estas crisis, y yo me creo en el deber de dar a S. S., como a todos los Sres. Senadores, todas las explicaciones necesarias y que basten para desvanecer las dudas que pueden abrigar.

Respecto de la primera crisis, ha encontrado el Sr. Fabié contradicción entre lo que ha dicho el Sr. Becerra al explicar su salida del Ministerio y lo que yo tuve la honra de decir al dar algún detalle respecto de la crisis y de su resolución. Y a mí me parece que el Sr. Fabié no está bien en lo cierto en [755] esto, porque a poco que repare observará que el Sr. Becerra no ha hecho más que confirmar las palabras que yo tuve la honra de pronunciar aquí cuando di cuenta de esta crisis.

El Sr. Fabié, sin embargo, observa que el Sr. Becerra salió del Ministerio por no aceptar una cosa esencial, fundamental, del proyecto de ley presentado en la otra Cámara, y claro está que debió de ser una cosa muy grave, cuando un Ministro abandonó su puesto, porque no debe abandonarlo por cosa baladí. Sin embargo, a pesar de que el Sr. Fabié tiene razón, en realidad la discrepancia que a última hora se observó entre el Sr. Becerra y sus compañeros de Ministerio no era realmente sobre lo fundamental del proyecto, aun cuando fuera quizá lo más grave, aun cuando fuera de la importancia que tiene un organismo que dentro de ese proyecto de ley se trataba de establecer, porque lo fundamental en ese proyecto de ley son los principios, son las ideas, es lo que constituye la manera de ser de la isla según la nueva organización que se le iba a dar; lo demás son organismos, son formas de realizar aquellos principios y aquellas ideas, y entre los organismos estaba, por ejemplo, la Diputación única. De manera que con ser tan grave no era esencial, porque lo que el Gobierno pretendía con ese proyecto de ley era establecer una serie de principios en la isla de Cuba que acabaran de una vez la constitución definitiva de aquel país.

El Ministro que presentó el proyecto de ley, creyó que era la manera de establecer eso y que desenvolvía los principios que quería instalar la creación en la isla de Cuba de una Diputación única. Otros podrán creer que por medio de dos o tres se conseguía mejor; pero de cualquier modo resulta que el Gobierno mantiene lo fundamental, que es llevar allí los principios de descentralización, aunque sin quebrantar en manera alguna los lazos de unión que interesa conservar tanto a aquellas provincias nuestras como a la misma Península.

Pues bien; el Sr. Becerra no admitió la Diputación única en su honrada convicción, ni aun como base para transigir ni para tratar, y como se había acordado cuando se presentó el proyecto de ley que no se presentaba como cuestión cerrada, sino que el Gobierno, en cuestión tan importante que afecta a intereses nacionales de tal entidad no podía presentarla con espíritu de partido, sino siempre en la idea de que todos los partidos contribuyeran a la realización de aquel pensamiento, claro está que ni el Ministro que presentaba el proyecto ni aquel Gobierno lo presentaba el proyecto ni aquel Gobierno lo presentaban con un espíritu cerrado, sino abierto a la discusión y a todas aquellas transacciones patrióticas que trajeran al pensamiento el mayor número de voluntades y que reuniera la mayor suma de adhesiones.

En este sentido claro está que, presentado el proyecto, serviría de base para aceptar las transacciones, y el Sr. Becerra, con honrada convicción, creía que la Diputación única era tan peligrosa que no quiso aceptarla, ni siquiera como parte del proyecto de ley que estaba presentado como base de transacción y ésta era la diferencia por la cual el Sr. Ministro de Ultramar anterior dijo que irrevocablemente presentaba la dimisión.

Se le hacían las observaciones de que podía transigirse y quizá desaparecer la Diputación única, y decía: ?No la acepto ni como base para transigir, porque la creo sumamente peligrosa?. Es más, quizá hubiera sido imposible la transacción que se busca, y que está, por lo menos en líneas generales, resuelta, sin la Diputación única, sin que sirviera ésta de base; y entonces el Sr. Becerra (y a eso se refería aquella expresión mía de que no se consideraba apto para la transacción) se creyó en esa situación, porque para transigir entre dos personas que tienen dos pensamientos distintos, no hay medio si se empieza por desechar el pensamiento de uno. Las transacciones han de hacerse cediendo por ambas partes, y desde que el Sr. Becerra desechaba en absoluto la Diputación única, no era el apto ni el a propósito para buscar transacciones entre los que creían que la salvación de la isla de Cuba era la Diputación única y los que creían que era un peligro; y, por consiguiente, no se consideraba a propósito para buscar la transacción que el Gobierno necesitaba a fin de resolver esta cuestión de la manera más conveniente para Cuba y para España.

Vea, pues, el Sr. Fabié que no hay en realidad contradicción entre lo dicho por el Sr. Becerra y lo que yo hube de decir al explicar ligeramente la crisis, porque creía que era una cosa tan clara que necesitaba pocas palabras para ello, y vea también S. S. cómo no está en contradicción con lo que acabo de manifestar en este momento.

Si esto satisface a S. S. pasaré a tratar de otros puntos de que S. S. se ha ocupado en su importantísimo discurso.

Viene la otra cuestión; la relativa a la crisis del Ministro de Hacienda. Esto es tan claro que no necesito decir nada, porque esa crisis se realizó a la luz del día.

Un Ministro, el de Hacienda, no fue oído en el consejo que daba a sus amigos y a la Cámara en una proposición de ley presentada por un Sr. Diputado o por varios Sres. Diputados y el Ministro de Hacienda creyó que, no habiendo sido atendido en el primer consejo que pedía a sus amigos, encontraba él que eso significaba pocas simpatías en la Cámara hacia su persona, y esas susceptibilidades hay que respetarlas, y declaró ante la faz de la misma Cámara que aquello le obligaba a  él a dejar el puesto, declaración que imposibilitaba el que quizá después hubiera vuelto sobre su opinión al convencerse de que aquella votación que le había sido contraria no significaba antipatía al Ministro, ni mucho menos a la obra que ha realizado, pues todos la aprobaban, y esta tarde he oído con mucho gusto que también lo aprueba el Sr. Fabié. (El Sr. Fabié: Lo que es menester es que se continúe esa obra.) Procuraremos que continúe. (El Sr. Fabié: Hace muchos días que no he oído hablar nada de eso.)

Y como el Sr. Fabié preguntaba por qué ha salido el Sr. Salvador, ya lo sabe, como lo sabe todo el mundo.

¿Por qué ha entrado el Sr. Canalejas? Para seguir la obra del Sr. Salvador; y está en eso tan empeñado, que hasta ahora lo va consiguiendo perfectamente.

Con estas breves frases me parece haber explicado la salida del Sr. Salvador, y la entrada del Sr. Canalejas. Pero dice el Sr. Fabié: ¿Cómo ha venido al Ministerio el Sr. Canalejas después de haber hecho oposición a puntos esenciales y radicales que defendía el Ministerio anterior? No, el Sr. Canalejas [756] no ha hecho oposición a puntos esenciales del programa del partido liberal; no, solo ha hecho observaciones a algunos puntos, como el de la reforma de Ultramar y respecto a las inconvenientes de la Diputación única, que es precisamente la causa por que salió el Sr. Becerra, y que es precisamente la aptitud que tomó el Sr. Becerra. (El Sr. Fabié: Eso es lo raro.) Lo raro no es esto, Sr. Fabié, porque lo raro? (El Sr. Fabié: Salió el Sr. Becerra por lo que entró el Sr. Canalejas.) ¡Pero si el Sr. Canalejas no es el encargado de buscar la transacción! El que está encargado de buscar la transacción! El que está encargado de buscarla es el Sr. Abarzuza, que no se había declarado a favor de unas ni de otras ideas. Ese sí que es apto y a propósito para realizar la transacción; no lo hubiera sido, en cambio, el Sr. Canalejas, porque decidido ya a favor de una opinión, no cabía que se buscase transacción entre las dos opiniones que deseaban predominar en la resolución del asunto, porque le faltaba, por lo menos, autoridad y fuerza moral para transigir, y hubiera encontrado dificultades en aquella parte cuyo pensamiento empezaba por desechar.

De manera que fácilmente comprenderá el señor Fabié que, aun pareciendo esto indiferentes, es esencial para la resolución del asunto.

Su señoría ha examinado después poco a poco los diferentes puntos del programa del Gobierno, y siguiendo próximamente el orden a que S. S. se ha ajustado, creo que después de estos dos puntos se ha ocupado en la cuestión de Marruecos, respecto a la cual desea saber el Sr. Fabié qué hay del cumplimiento del tratado de Marrakech. Pues también eso lo sabe muy bien S. S., como lo saben todos los señores Senadores que me escuchan, porque están bien enterados de lo que ocurre en Marruecos. El tratado de Marrakech estaría ya cumplido en todas sus partes si el Emperador lo hubiera podido cumplir, si razones de fuerza mayor no le obligaran a pedir dilaciones que el Gobierno español se ve obligado a conceder en su deseo de no poner dificultades al Sultán por lo que conviene a la política que España ha de seguir en África. Al Gobierno le importa no añadir dificultades a las muchas que el Sultán encuentra para asegurar su trono, y, por consiguiente, no tiene más remedio que dar cierta espera en el cumplimiento del tratado, una vez que no depende del Sultán el poderlo cumplir, aunque hace todo lo posible para ello en medio de las dificultades que le rodean y de los obstáculos que le opone la rebeldía de muchos de sus súbditos.

En cuanto a la indemnización, la va pagando como puede, y a mí me asombra todavía lo que hace cuando necesita dinero para otras cosas, y, sobre todo, para asegurar su trono y para adquirir toda aquella autoridad que necesita para cumplir con un tratado que está obligado a cumplir, pero que no parece bien a muchos musulmanes y a mucha gente de África. (El Sr. Fabié: A ninguna.) A ninguna; es natural.

Actualmente está para venir una Embajada, que creo se halla en Tánger, y que no ha llegado antes a dicha población porque quería venir acompañada de ciertas pruebas del deseo que tienen de cumplir con la Nación y el Gobierno de España. Lo peligroso de los caminos y la situación en que está aquel imperio ha hecho imposible traer hasta ahora esa compañía. Ya creo que se ha hecho todo lo que ha sido posible por el Sultán, y que el embajador está en Tánger con parte de las pruebas que el Sultán quiere darnos de su buen deseo para cumplir el tratado de Marrakech.

Quiero también ahora contestar al Sr. Conde de Torreánaz, que preguntaba qué era lo que pasaba en Marruecos, cuando resulta que pueden ir a Fez ciertos plenipotenciarios de otras Naciones y no puede venir el embajador que ha ofrecido mandar el Sultán. No sé yo las dificultades que habrán encontrado en el camino los que han ido a Fez; pero aseguro a S. S. que si hubieran ido esos viajeros a Fez con el acompañamiento que quiere traer el embajador que está en Tánger, probablemente no hubieran atravesado el camino sin grandes obstáculos y quizás sin grandes dificultades.

Lo que es, Sr. Fabié, que en esos países no se viaja con la tranquilidad que en una Nación civilizada. (El Sr. Fabié: Allí nunca.) Pero ahora mucho menos, por la rebeldía de los kavilas. (El Sr. Fabié: Ése es un estado permanente allí.) Pero no tanto como ahora, porque aunque sea permanente no son las rebeldías contra el Sultán de la manera que se verifican hoy, sobre todo en el centro del Imperio. (El Sr. Fabié: El Sultán murió al frente de un ejército para combatir a las kabilas rebeldes, sus súbditos rebeldes; ésa es la situación normal de Marruecos. ) Pero hágase cargo S. S. de que se trata de un reinado que empieza, y que por tanto ha de tener, además de las dificultades que tiene todo reinado en aquel país, las de la instalación de un nuevo reinado que se encuentra con enemigos que su padre no tenía y con aspiraciones para disputarle el puesto. Eso complica de tal manera la situación del Imperio y debilita de tal modo las fuerzas del Sultán, que no es extraño que éste no pueda cumplir los compromisos contraídos por su padre.

Pero a la España, noble y generosa, siempre le basta que se le demuestre el deseo de que el Sultán tiene de cumplir sus compromisos, y si por causa de fuerza mayor no puede cumplirlos aún, no le ha de hacer la guerra España ni ha de oponerle la menor dificultad; al contrario, le ayudará todo lo que pueda, en todo lo que la situación y las circunstancias le permitan, para ver cómo vence esas dificultades; porque al fin y al cabo, es un soberano reconocido por España, y a ésta le conviene tanto como al que más (yo creo que más que a nadie) que esas dificultades sean por el Sultán vencidas, pues tiene la convicción de que entonces será en todas sus partes cumplido el tratado de Marrakech.

En cuanto a la delimitación de la zona neutral, ya sabe el Sr. Fabié que aun cuando hay algunos que por indemnización están dispuestos a ceder sus campos, otros se resisten, a los cuales el Sultán está dispuesto a someter por la fuerza; pero para ello necesita acudir allí con fuerzas, que hoy tiene ocupadas, en ver cómo asienta de una vez su trono y afirma su autoridad.

En el momento que eso se haga y que pueda disponer de fuerzas bastantes, una vez que esté asentado el trono, como se asienta en aquel país, con las dificultades y obstáculos con que siempre tropiezan en África los Sultanes; pero, en fin, así que pueda disponer de fuerzas, asegurando cómo allí puede asegurarse el trono del Sultán, tenga la seguridad S. S. de que si no va el Sultán en persona mandará a uno de los principales más importantes a la cabeza de las [757] fuerzas necesarias para someter a los moros que no quieran contribuir al cumplimiento del tratado en la demarcación de la zona neutral. (El Sr. Fabié: ¿Pero no está allí como garantía, cumpliendo con su deber dentro de la debilidad con que se encuentra, porque no tiene fuerza ninguna. Hasta ahora contribuye con su consejo y con su autoridad, pero no con la fuerza, que me parece que es lo que más falta hace en un país como aquél.

Por lo demás, comprenderá S. S. que si esa demarcación no se ha hecho ha sido por causa de fuerza mayor, y que no ha podido realizarla el Sultán porque las fuerzas de que puede disponer las necesita para combatir con aquellos rebeldes que han salido a su paso para ver cómo lo echan del trono y lo va a ocupar otro.

Se me olvidaba decir que no me atrevo a contestar a algunas preguntas que se me han dirigido en días anteriores sobre esta cuestión, ni creo que falta el Gobierno al no remitir aquí algunos documentos que me parece que pidió en su día el Sr. Duque de Tetuán, referentes a las comunicaciones que haya habido para demostrar las dificultades que hasta ahora hayan existido para no cumplir el tratado de Marrakech; porque habiendo de venir la Embajada y habiendo de ser esto la coronación de todo lo que hasta aquí ha pasado, me parece que es un deber de prudencia en el Gobierno el esperar a que venga esa Embajada, para comunicar de una vez cuanto haya sobre el particular a todos los Sres. Senadores, y sobre todo al Sr. Duque de Tetuán, que tuvo la bondad de pedir esos documentos para discutir esta cuestión con conocimiento de causa. (El Sr. Duque de Tetuán: Ya dije entonces que esto lo dejaba en absoluto a la consideración del Sr. Ministro de Estado.) Es verdad, pero como después de todo; un Senador, no sé si fue el Sr. Conde de Esteban Collantes o el Sr. Conde de Torreánaz, parece que censuraba al Gobierno por no haber remitido esos documentos, doy estas explicaciones que creo satisfarán a esos señores Senadores.

Ha venido después la cuestión de Ultramar. En ella yo quisiera poderme explicar extensamente, sin reserva ninguna, para dar al Sr. Fabié todas las explicaciones que echa de menos en este asunto. (El Sr. Fabié: Si S. S. y el Sr. Presidente me lo permiten, haré una aclaración.) No tengo inconveniente.



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